Hace años, los maestros de la escuela dominical de mi iglesia enseñaban a los preescolares un pequeño coro que incluía las palabras: "Mi mejor amigo es Jesús". Cuando esos niños se hicieron mayores, dejaron de lado, desde luego, las canciones infantiles como ésta. Pero, por desgracia, parecieron también abandonar la idea de que el Señor Jesús es un amigo.
A medida que los creyentes aprenden más acerca de Dios, lo realzan acertadamente como el Señor de sus vidas, y lo reconocen como el soberano sobre toda la tierra. Es más fácil pensar de Alguien tan sublime y poderoso como Creador, Salvador y Señor, en vez de "reducirlo" a la condición de Amigo. Pero Jesús dejó claro a sus discípulos que Él es tanto un Dios trascendente —el Hijo de Dios— como su amigo (Jn 15.15).
La oferta de amistad se extiende también a los discípulos de hoy. Al igual que los doce discípulos originales, tenemos el privilegio de decir que Cristo dio su vida por nosotros en un acto supremo de amor y entrega (v. 13).
Y además, su Espíritu revela la verdad de las Sagradas Escrituras a nuestros corazones para que podamos aprender más acerca de Dios y sus caminos. Es decir, Jesús nos ha dado a conocer las cosas que Él escuchó de su Padre. Un hombre no cuenta secretos a sus esclavos; se los dice a sus amigos (v. 15).
Enseñar a los niños a cantar de su amistad con Jesús es buena idea. Pero me pregunto si algunos creyentes habrán olvidado esas palabras. Quiera Dios que nunca lleguemos a ser tan legalistas ni estar tan saturados de nuestra aparente madurez, que no podamos decir: "Mi mejor amigo es Jesús".